
El pastor David Jang ha mostrado una trayectoria de ministerio y una perspectiva teológica únicas en el cristianismo contemporáneo. En especial, ha enfatizado la vida cristiana y la misión de la iglesia a partir de una profunda investigación y meditación de las Escrituras. A través de sus escritos y prédicas, ha insistido en que el evangelio de Jesucristo no se limita a la transformación espiritual individual, sino que debe abarcar también el impacto en la comunidad eclesiástica y la sociedad en su conjunto. En este sentido, tomando como centro el pasaje de Juan 18:1-11, que describe el suceso en el Huerto de Getsemaní cuando Jesús es arrestado, resulta necesario recopilar las percepciones de David Jang acerca de la esencia del cristianismo, la dirección de la vida del creyente y la orientación que la iglesia debe seguir. Además, no descuida el sentido histórico y teológico que otorga el texto bíblico, sino que se plantea cómo aplicarlo y ponerlo en práctica en la vida real, una preocupación directamente relacionada con lo que él llama la “capacidad de acción activa del evangelio”. En Juan 18:1-11 vemos a Jesús encaminándose hacia la cruz, y a los discípulos que están junto a Él, lo cual brinda importantes lecciones sobre la actitud que deben asumir la iglesia y los creyentes ante las dificultades de la realidad y los problemas estructurales del pecado. David Jang interpreta este pasaje no como un simple registro histórico, sino como la encarnación de la tensión y la decisión de fe que toda iglesia y creyente de cualquier época enfrentan al seguir a Jesús en el camino de la cruz.
Uno de los puntos centrales que subraya es que Jesucristo “por Su propia voluntad y determinación” escogió el camino de la cruz. En Juan 18:1-11, Jesús, aun sabiendo que iba a ser apresado, cruza el torrente de Cedrón y entra al Huerto de Getsemaní. Normalmente, cuando alguien percibe un peligro o la cercanía de la muerte, tiende a evitarlo o huir, pero Jesús no se escabulle y se presenta valientemente ante la multitud que va a capturarlo. La frase “Yo soy” (Juan 18:5-6) expresa que Jesús conocía con claridad Su identidad y Su misión, y el autor del evangelio, Juan, hace hincapié en que no fue simplemente atrapado, sino que Él mismo Se entregó. David Jang enseña que esta “confianza y obediencia absolutas a Dios” que se ven en esta escena constituyen la fe que la iglesia y los cristianos de hoy no deben perder de vista. En nuestra vida, a veces necesitamos enfrentar de frente las dificultades en vez de huir de ellas para mantener nuestra fe. Él ha señalado en diversas ocasiones que, “al no evadir, sino asumir proactivamente como Jesús, la fe se hace más profunda y sólida”. Por ello, en las prédicas sobre Juan 18 recalca con frecuencia esta paradoja del evangelio que se manifiesta en la determinación de Jesús. Él es quien, según Hebreos 12:2, afrontó la deshonra de la cruz con gozo, un camino que parece imposible para el ser humano, pero que paradójicamente revela el poder de Dios.
Ahora bien, podemos profundizar más en el significado concreto de esta decisión y obediencia de Jesús, a la luz de las explicaciones de David Jang. En primer lugar, él considera que la cruz es el “lugar donde se vence a la muerte a través de la muerte”. El pecado humano y su consecuencia, la muerte, son problemas que el ser humano no puede resolver por sí solo. Por eso, Jesucristo, Dios mismo hecho “carne y sangre” (Hebreos 2:14), vino para romper el dominio de la muerte mediante Su muerte. En la escena de Getsemaní, cuando Jesús dice: “¿No he de beber la copa que el Padre me ha dado?” (Juan 18:11), queda claro que este gran proceso de salvación fue intencional. Es decir, Jesús no fue una víctima inocente atrapada en una intriga política o religiosa; Él obedeció la voluntad de Dios para librar a la humanidad del pecado y de la muerte. David Jang recalca mucho la “belleza paradójica” de esta salvación. Desde la perspectiva del mundo, la cruz parece una derrota, pero es el medio que conduce a la victoria, lo que demuestra la potencia del evangelio. Él la llama “la lógica paradójica del reino de Dios”. Aunque exteriormente parezca un sacrificio débil, allí se consuma la victoria espiritual, por lo que el arresto y la crucifixión de Jesús se convierten en un “punto de inflexión en la historia de la redención”.
Al insistir en esta paradoja de la cruz, David Jang distingue entre la “valentía humana” de Pedro y la “valentía de la fe” de Jesús. En Juan 18:10, Pedro desenvaina su espada y corta la oreja derecha del siervo del sumo sacerdote, Malco, un acto que muestra su fuerte voluntad de defender al Maestro. Humanamente, se podría calificar de valiente y justo. Pero Jesús le dice que guarde la espada: “Vuelve tu espada a la vaina”, afirmando que la verdadera obediencia está en beber la copa que el Padre le ha dado (Juan 18:11). Jang explica que la fe cristiana no consiste en un mero acto “justiciero” o en la autojusticia, sino en “escoger el camino de la cruz que Dios desea”. Es cierto que podemos usar la fuerza para luchar por la justicia, o a veces tratar de derrotar al enemigo de forma violenta, pero Jesús no tomó ese camino. En cambio, se ofreció como sacrificio expiatorio por nosotros los pecadores, poniendo fin de raíz al poder del pecado y de la muerte. David Jang ha recalcado siempre que “no se pueden erradicar las raíces del pecado y de la muerte usando armas y resistencia”. La verdadera victoria espiritual se consuma en la cruz, donde se encuentran el amor y la justicia de Dios; por eso, lograr una justicia pasajera mediante métodos humanos no es la solución fundamental que propone el evangelio.
David Jang sostiene que este mensaje debe aplicarse también cuando la iglesia y los creyentes sirven y se consagran al mundo actual. Cuando la iglesia se topa con la maldad y la injusticia, nuestro “celo humano” es limitado y puede generar más violencia o división. Por ello, él propone que la práctica adecuada es mostrar “un evangelio que se hace vida”. Al igual que Jesús, que se entregó a favor de los pecadores y con ello derrocó la raíz del mal, la iglesia debe imitar el método de Dios. En otras palabras, en lugar de pretender cambiar el orden del mundo con violencia o represión, se debe formar un nuevo orden a través del amor sacrificial revelado en la cruz. En este sentido, la actitud valiente de Jesús, que Se presentó diciendo “Yo soy”, entregándose voluntariamente, es el modelo fundamental para que la iglesia sea “luz y sal” en el mundo. Si la iglesia asume gustosamente el sacrificio y cada creyente pone en práctica el amor de Cristo en su día a día, David Jang asegura que podremos recibir el poder necesario para enfrentarnos incluso a la maldad estructural del mundo.
Además, subraya que el episodio del Huerto de Getsemaní ofrece tres enseñanzas aplicables a la vida de fe. Primero, en el hecho de que quienes debían llevar la “luz” (como antorchas y lámparas) para alumbrar la verdad terminaron usándola para arrestar y matar a Jesús, hay una advertencia acerca del error al que pueden caer el formalismo religioso y el sistema institucional. Tal como el sumo sacerdote y los fariseos, que debían adorar a Dios y predicar el evangelio, rechazaron a Jesús por sus propios intereses políticos y mundanos, hoy la iglesia también puede caer en esa misma trampa. Segundo, el “Yo soy” de Jesús contiene la autoridad y la majestad divinas, que no retroceden ante el poder de la muerte. Ello representa la valentía que la iglesia puede mostrar al defender la esencia de la fe frente a los temores y persecuciones del mundo. Tercero, cuando Jesús reprende a Pedro diciéndole “vuelve tu espada a la vaina”, se revela la actitud fundamental con la que la iglesia debe enfrentar al mundo. No con violencia ni con fervor meramente humano, sino a través del amor, la gracia y el sacrificio, dados por Dios. Jang señala que estos tres aspectos se han reiterado a lo largo de la historia de la iglesia y que la iglesia coreana también debe reflexionar con seriedad sobre ellos.
Asimismo, el pastor David Jang enseña que, siguiendo la actitud de Jesús en el Huerto de Getsemaní, cada creyente debe abrazar voluntariamente el camino de la cruz. Según él, conocer verdaderamente el evangelio no es solamente adquirir la tradición de la iglesia o la erudición teológica; por el contrario, es permitir que el evangelio transforme nuestra vida y que esa transformación ejerza una influencia positiva sobre los demás. Tal como Jesús protegió a Sus discípulos al entregarse por ellos, la iglesia debe cuidar a los más débiles dentro de la comunidad y sacrificarse para que puedan restaurarse. En esa misma línea, al extenderse a la sociedad, se debe ir en búsqueda de quienes sufren y ayudarlos a que recuperen su dignidad humana, misión esencial de la iglesia. Con frecuencia, Jang cita Gálatas 6:2: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Él conecta este versículo con la conducta de Jesús al ser arrestado en Getsemaní, explicando que Jesús no solo protegió a Sus discípulos, sino que cargó también con el pecado de toda la humanidad. Por ello, “sobrellevar las cargas de los otros” empieza con cosas pequeñas y cotidianas, compartiendo el dolor y la responsabilidad del prójimo.
En cuanto a cómo plasmar este mensaje en la práctica de la iglesia actual, David Jang expone ciertas directrices. Por ejemplo, cuando la iglesia se dedica a labores misioneras o sociales, en lugar de adoptar una actitud meramente asistencialista, debe “caminar junto a la gente” empatizando con su dolor y satisfaciendo sus necesidades reales. Tal como Getsemaní era un lugar al que Jesús iba con frecuencia para orar con Sus discípulos (Juan 18:2), la iglesia también necesita vínculos comunitarios profundos donde se compartan las distintas circunstancias de cada persona y se cuide unos de otros. Jang destaca que Getsemaní es, a la vez, el lugar donde Jesús se rindió totalmente a la voluntad de Dios a través de la oración y donde mantenía una comunión estrecha con Sus discípulos. Esto significa que la experiencia de la presencia de Dios y la sumisión a Su voluntad deben practicarse no solo a nivel individual, sino también comunitario. De ahí que Jang sugiera que la iglesia debe activar pequeños grupos de oración, estudio bíblico y servicio mutuo, de modo que el Huerto de Getsemaní se torne un símbolo de nuestra vida cotidiana.
El pastor David Jang afirma que el restablecimiento de la espiritualidad de Getsemaní dentro de la iglesia genera en los cristianos la “fortaleza espiritual” para afrontar el camino de la cruz. Ponía como ejemplo a Pedro, que estaba tan lleno de pasión que incluso sacó la espada, pero terminó negando tres veces a Jesús cuando se lo llevaban a juicio (Juan 18:15ss). Así, “el entusiasmo humano fácilmente puede conducir a la decepción y a la traición”. Solo con una espiritualidad enraizada en la Palabra y la oración uno permanece firme en medio de la aflicción. Según Jang, antes de alentar a los creyentes a “actuar”, la iglesia debe recalcar la importancia de “armarse de la Palabra y la oración para fortalecer el interior”. El impulso espontáneo de Pedro al blandir la espada es una reacción muy humana, pero en ese mismo instante, Jesús mantiene Su solemne resolución de “beber la copa que el Padre” le da. Esta diferencia muestra cuán grande es la brecha entre el “celo humano” y la “vida que sigue la voluntad de Dios”. Por ende, la iglesia debe ayudar a los creyentes a evitar repetir los errores de Pedro, apuntalando su formación espiritual mediante la firmeza en la Palabra y la práctica de la oración.
Con todo, Jang no desacredita la importancia de la “acción” del creyente ni propone que la iglesia deba ser indiferente a los problemas del mundo. Por el contrario, insiste en que la práctica del evangelio es un principio bíblico muy relevante. Lo que subraya es que tal práctica debe partir del corazón y la motivación de Cristo. Del mismo modo que las antorchas y lámparas que deberían alumbrar la verdad y generar transformación, en este pasaje, se convirtieron en instrumentos para rechazar y matar a Jesús, la iglesia, en nombre del evangelio, puede terminar haciendo algo contrario al mismo. Por ello advierte que, cuando la iglesia emprende iniciativas o alza la voz en el mundo, siempre debe preguntarse: “¿Es este realmente el camino de Jesús?” y “¿La justicia y la innovación que proclamamos son verdaderamente evangélicas?”. David Jang plantea que, a lo largo de la historia, la iglesia ha usado la fe para ejercer violencia, como en las Cruzadas, y que es imprescindible aprender de ese lado oscuro. La fe debe llevarnos a “envainar la espada” obedeciendo la orden del Señor, no a esgrimirla; es a través del amor sacrificial que el mundo puede transformarse, y ahí reside la esencia del evangelio.
En este orden de ideas, Jang pone especial énfasis en “no depender de la voluntad propia, sino buscar la guía del Espíritu Santo” para llevar a cabo el ministerio. Juan 18 muestra que la actitud de Jesús es el máximo ejemplo de cómo, mediante el poder del Espíritu, uno se somete por completo a la voluntad de Dios. Cuando predica este pasaje, también menciona la escena en la que el sudor de Jesús se convierte en “grandes gotas de sangre” (Lucas 22:44) y Su oración en Getsemaní según Mateo y Marcos. Aunque en Juan 18 solo se narra de forma breve, alude a que la decisión de Jesús de ir a la cruz fue el resultado de una búsqueda intensiva de la ayuda del Espíritu Santo mediante la oración y una profunda agonía. Jang insiste en que, hoy en día, la iglesia no puede apoyarse únicamente en el entusiasmo o el conocimiento humano, sino que debe suplicar constantemente la sabiduría y el poder del Espíritu. Un ejemplo concreto: cuando la iglesia sirve a la comunidad local, es más importante tener el corazón y la visión de Jesús por el prójimo que desarrollar proyectos grandiosos o vistosos.
Prosiguiendo con esta línea de aplicación, Jang destaca asimismo que Judas, quien traiciona a Jesús en Getsemaní, había recibido un “gran amor y enseñanza del Señor”. Juan 18:2 indica que “Judas, el que le entregaba, también conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”. Con esto subraya que, aun tras haber escuchado la Palabra y visto los milagros de Jesús, uno puede desviarse y traicionar al Maestro por treinta monedas de plata. David Jang insiste en que “recibir la gracia del evangelio no garantiza automáticamente la toma de decisiones correctas”. Incluso dentro de la comunidad de fe donde se predica la Palabra, cada persona debe velar por su corazón para no caer bajo los anhelos mundanos. Por ello, la iglesia no debe obsesionarse únicamente con el crecimiento cuantitativo o la abundancia de programas, sino cultivar una comunicación cercana con cada creyente, orar junto a ellos y cuidar de su vida espiritual. El caso de Judas demuestra que incluso quien ha estado cerca del Señor, escuchando Su Palabra, puede traicionarlo si está cegado por sus deseos e intereses terrenales. Por ende, la iglesia debe asumir la responsabilidad de velar y exhortar constantemente a sus miembros, fortaleciendo su estado espiritual.
En este punto, Jang propone que la comunidad eclesiástica debe recuperar la consciencia de ser una “familia espiritual”. Una familia conoce mutuamente las debilidades de cada uno e incluso puede herirse, pero, a la larga, comparte el cuidado y la responsabilidad, creciendo unida. Igualmente, la iglesia no es una reunión anónima que se limita al culto dominical, sino una comunidad donde cada uno vela por el alma del otro. Para ello, no solo los pastores o líderes, sino todos los creyentes deben involucrarse en la intercesión mutua y el servicio. Jang menciona con frecuencia el caso en Getsemaní cuando Jesús pide a los discípulos que “velen y oren para no caer en tentación” (Mateo 26:41), pero ellos se duermen, perdiendo la oportunidad de acompañarlo en ese momento. Con ello cuestiona si la iglesia en verdad “vela en oración” hoy en día. De nada sirve multiplicar eventos o programas litúrgicos si no ocurre un auténtico despertar espiritual. Se requiere una cultura donde los creyentes carguen juntos el “corazón de Dios” y las “necesidades del prójimo”.
Asimismo, David Jang conecta la “acción soberana” de Jesús (quien se entregó voluntariamente en el momento de Su arresto) con la forma de ejercer el liderazgo en la iglesia. Jesús, que pudo haber escapado, proclama “Yo soy” y Se rinde a los que vinieron a capturarlo. Así enseña que el liderazgo verdadero pone primero el beneficio de la comunidad, no su autopreservación, y que, en ocasiones, implica sacrificarse. Jang advierte contra el riesgo de que la iglesia busque su estabilidad y beneficio al unirse con poderes mundanos o, por otro lado, ejerza métodos violentos y coercitivos para controlarlo todo. “En el evangelio, la autoridad verdadera se demuestra practicando el amor hasta el sacrificio voluntario”. Es el principio que pastores y líderes deberían recordar. Se trata de un valor que supera a las estructuras y programas de una organización.
Más aún, David Jang enfatiza que, así como Jesús protege a Sus discípulos incluso en el instante de Su arresto (“Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos”, Juan 18:8), la iglesia tiene el encargo de cuidar y formar a sus miembros, y también de acoger a los débiles del mundo, incluso si sufre persecución. Según Jang, cuando la iglesia reacciona obsesionada con la voz del mundo o solo con la expansión numérica, deja desatendidos a los pobres y marginados, lo que es un serio problema. Jesús contó la parábola de la oveja perdida, que enseña que el pastor sale a buscar a la extraviada aunque deje atrás a las otras noventa y nueve (Lucas 15), y la iglesia debe examinar si hoy está descuidando a las “ovejas perdidas”. Esto se vincula con la misión de cuidado sacrificial mostrada por el Señor en Getsemaní. Si la iglesia se centrara en atender el sufrimiento de los vecinos y de los miembros necesitados, el mundo podría percibir concretamente el “amor de Cristo” a través de la iglesia.
Por otro lado, Jang, tomando la imagen de la “luz” usada a menudo en el evangelio de Juan, recuerda la función que debe desempeñar la iglesia como comunidad luminosa. Tal como mencionamos, los que llegaron a arrestar a Jesús llevaban antorchas y lámparas, pese a ser una noche de luna llena. En el conjunto teológico de Juan, la “luz” simboliza a Jesús, y “la oscuridad” representa a los que rechazan o se oponen a la verdad. David Jang afirma que las lámparas y las antorchas, que deberían alumbrar la verdad, esta vez sirvieron para ubicar y matar a quien era la Verdad misma. Esto muestra cuán trágico es que la religión, en vez de transmitir vida y verdad, se tuerce y produce resultados opuestos. Por ello, la iglesia debe examinar constantemente su identidad. ¿Realmente anunciamos la luz de Jesucristo o nos dejamos llevar por estructuras religiosas y deseos mundanos, rechazando la verdad? Jang insiste en la importancia de que nos interpelemos con seriedad.
Respecto a adónde debería conducirnos tal autoexamen, Jang insiste en que la iglesia debe volverse “más humilde” y convertirse en una comunidad “arrepentida”. El camino de Jesús, la vía de la cruz, implica una entrega total de sí mismo, la expiación por los pecados de la humanidad mediante un amor perfecto; si la iglesia sigue ese camino, no puede ensoberbecerse ni volverse autosuficiente. Así, cada vez que medita en el episodio de Getsemaní, David Jang proclama que antes de alegar su grandeza o autoridad, la iglesia debe ser capaz de decir: “Nos hemos equivocado. Nos hemos apartado de la senda del Señor”. De lo contrario, se corre el peligro de que, aunque gritemos el nombre de Jesús, en la práctica nos comportemos como los sumos sacerdotes y fariseos que lo traicionaron. Por eso Jang reitera con frecuencia la frase “el arrepentimiento es la fuerza motriz de la renovación continua de la iglesia”. En otras palabras, para que la iglesia refleje completamente la luz del evangelio, debe reconocer siempre su propia tendencia al pecado y sus limitaciones, confiando únicamente en la justicia de Cristo.
En conclusión, si observamos el relato de la captura de Jesús en Getsemaní (Juan 18:1-11) a través de la óptica de David Jang, no solo destaca la parte dramática de Su arresto. Más bien, subyacen la decisión de Jesús de presentarse como “cordero expiatorio”, la valentía de esa fe, la necesidad de la oración y el cuidado comunitario, y un liderazgo eclesial fundado en el sacrificio. Este pasaje no se limita a un contexto histórico del tiempo de Jesús, sino que encarna la tensión de fe y la decisión que la iglesia de todos los tiempos afronta al caminar tras Él. Por ello, Jang analiza este pasaje como un símbolo de los momentos de crisis y decisión que la iglesia experimenta a diario al cargar con su propia “pequeña Getsemaní”. Al mismo tiempo, hace un llamado para examinar si, como iglesia, estamos en la posición de los que arrestan y traicionan a Jesús o si, por el contrario, seguimos Su camino de la cruz. Además, destaca que la pasión y la cruz de Jesús constituyen el punto central del plan divino de salvación, pues solo así el problema del pecado y la muerte, imposibles de resolver con la fuerza humana, hallan solución mediante la expiación. Por lo tanto, no es un simple relato de traición y arresto, sino el núcleo de la historia de la redención. El pastor recalca que, meditando en este pasaje, los creyentes deben grabar en su corazón la obediencia y el amor de Jesús, para que la iglesia colectivamente emprenda acciones reales en ese mismo camino.
La perspectiva global de David Jang acerca de este pasaje de Juan 18:1-11 se refleja en su ministerio y su enfoque teológico: contempla los episodios claves de los evangelios, como el arresto de Jesús en Getsemaní, como “verdades en proceso” que la iglesia y los creyentes están llamados a encarnar en el presente. Así, él valora más la praxis transformadora del evangelio en la vida cotidiana que la especulación teológica o los logros externos de la iglesia. Además, subraya que la fuerza de dicha praxis no proviene del esfuerzo humano, sino de la fe y la obediencia al amor de Dios que Jesús manifestó, y de la plenitud del Espíritu Santo. Por este motivo, la lectura que él hace de Juan 18:1-11 nos ofrece no solo un testimonio histórico de “Jesús siendo arrestado”, sino un conjunto de indicaciones prácticas para la vida diaria de la iglesia, que a menudo debe enfrentar sus propios “Getsemaní” en forma de pruebas, decisiones y sufrimientos. Además, tomando como ejemplo a Pedro, a Judas, a los sumos sacerdotes y a los fariseos, así como la figura de Cristo, podemos vernos reflejados y discernir el camino correcto en medio de nuestras circunstancias. Este planteamiento ha sido constante en la predicación, la literatura y las directrices ministeriales de David Jang, y explica la razón por la que siempre ha cuestionado la identidad y la misión que la iglesia debe preservar ante todo.
En última instancia, el mensaje que proclama David Jang puede resumirse en “Volvamos al evangelio”. El retrato de Jesús en Juan 18:1-11, y la senda que Él eligió, recuerdan a la iglesia que no se define por ninguna estructura u organización, sino por el amor de la cruz y el poder de la resurrección de Jesucristo. La iglesia puede encontrarse con críticas y oposición del mundo o con la tentación de aliarse con los poderes terrenales. Sin embargo, la actitud que Jesús mostró en Getsemaní, entregándose voluntariamente, protegiendo a Sus discípulos y obedeciendo sin reservas la voluntad de Dios, marca un ejemplo claro del proceder que la iglesia debe seguir. Al ofrecerse a Sí mismo, salvando a los discípulos, y finalmente venciendo el poder del pecado y de la muerte, queda de manifiesto el “principio revolucionario del amor” y la “lógica del sacrificio” que la iglesia actual debe llevar a la práctica. David Jang siempre ha afirmado que éste es el núcleo de nuestra identidad cristiana.
Podríamos resumir así las enseñanzas que la iglesia aprende de la captura de Jesús en el Huerto de Getsemaní: primero, el camino de Jesús implica obediencia voluntaria. Él eligió el camino de la salvación para los pecadores, entregándose libremente, lo cual recuerda a la iglesia que debe asumir con valentía la llamada de Dios. Segundo, ese camino no se basa en el fervor ni en la violencia humanos, sino que transforma el mundo mediante el amor y el sacrificio. Así como la cruz, no la espada de Pedro, trae la victoria definitiva, la iglesia debe anteponer la cruz en lugar de la espada. Tercero, este camino demanda el cuidado y la responsabilidad comunitaria. De la misma forma que Jesús cuidó a Sus discípulos, la iglesia debe velar por sus miembros y por los demás, procurando no perder a ninguno. Cuarto, llevar la luz de la verdad consiste en usar correctamente las lámparas y antorchas, no para rechazar a Jesús, sino para iluminar el mundo con Su evangelio. David Jang enfatiza que tales principios no son meras doctrinas, sino que han de plasmarse en la vida real de la iglesia. El mensaje más enérgico que él transmite en su ministerio es la “absoluta necesidad de practicar el evangelio”, y el relato de Jesús en Juan 18 es la historia que nos lo recuerda con mayor claridad. Sobre todo, la determinación de Jesús de encaminarse hacia la cruz nos muestra con nitidez la “vía de la cruz” que la iglesia está llamada a seguir.
En definitiva, David Jang ve en el arresto de Jesús en Getsemaní (Juan 18:1-11) una oportunidad para debatir la razón por la cual el Señor tomó ese camino y la forma en que se revelan Su autoridad y amor divinos, así como el liderazgo sacrificial que la iglesia debe emular. Sostiene que, aunque el suceso ocurrió en un contexto histórico específico, es un espejo para todo creyente y toda iglesia que decida cargar con su propia cruz. Por ello, relaciona las pruebas que enfrenta el cristiano en su vida diaria con este pasaje, exhortando a la iglesia a examinar si está del lado de quienes rechazan a Jesús o si está dispuesta a seguirlo con el sacrificio y la obediencia que Él demostró. Además, enfatiza que, dado que la muerte y la resurrección del Señor proveen la solución definitiva al problema del pecado y de la muerte, este relato no describe solo un arresto por traición, sino el clímax del plan de Dios para salvar al mundo. Por ende, el cristiano, al reflexionar sobre este texto, debería grabar en su corazón la obediencia y el amor de Jesús para, junto con la comunidad eclesial, vivirlo de manera concreta.
La visión global de David Jang acerca de este pasaje, y su postura teológica y ministerial, resaltan la idea de que los acontecimientos centrales de los evangelios —incluyendo el arresto de Jesús en Getsemaní— son “verdades presentes y activas” que inciden en la vida de la iglesia y el creyente hoy. Para él, la especulación teológica o los logros eclesiales externos valen menos que la realidad de un evangelio encarnado en la vida cotidiana. También recalca que el motor que impulsa esa vivencia no es el esfuerzo humano, sino la fe en el amor de Dios manifestado en Cristo y el poder del Espíritu Santo. Desde esta perspectiva, la lectura de Juan 18:1-11 no se limita al suceso histórico de “la aprehensión de Jesús”, sino que propone una pauta para la vida cotidiana de los creyentes, que también enfrentan “pequeños Getsemaní” cuando se topan con pruebas y deben tomar decisiones radicales. Asimismo, las figuras de Pedro, de Judas, del sumo sacerdote, los fariseos y el propio Jesús representan tipos de conducta en las que se refleja la iglesia y cada creyente, ayudándonos a discernir la senda correcta. Así, esta interpretación ha estado presente de manera uniforme en la predicación, los escritos y la praxis ministerial de Jang, revelando su insistencia en la identidad cristiana y la misión que la iglesia debe preservar.
En última instancia, el mensaje clave de David Jang es “Regresemos al evangelio”. El testimonio de Jesús en Juan 18:1-11, y el camino que Él eligió, deja claro que la iglesia no es una entidad conformada por programas u organizaciones, sino un pueblo forjado por el amor de la cruz y por el poder de la resurrección. La iglesia, en el conflicto con el mundo o sometida a la tentación de aliarse con él, debe recordar siempre la actitud de Jesús en Getsemaní: se ofreció a Sí mismo, defendió a Sus discípulos y obedeció a Dios hasta el final, destruyendo el pecado y la muerte. Su modelo indica una “revolución de amor” y un “principio de sacrificio” que, según David Jang, la iglesia nunca debe descuidar. Esta es la razón por la que él, a lo largo de su labor pastoral, no se cansa de recalcar la identidad esencial y la misión de la iglesia de acuerdo con el evangelio. Por encima de todo, la decisión de Jesús de aceptar el camino de la cruz expone con absoluta transparencia la auténtica “vía de la cruz” que cada iglesia y creyente deben recorrer.